Me lo he preguntado más de una vez. Me lo pregunto bastante cada vez que vuelvo a Pontevedra. Mis padres viven aquí, hace más de diez años que yo no. Vengo en periodos vacacionales, algún que otro fin de semana suelto por alguna celebración. Vengo, y cada vez que vuelvo hay alguien que me recuerda la pregunta: “¿no planeas mudarte aquí algún día?”. “De momento no, qué sé yo, para jubilarme quizá”, respondo. De momento no, pero a corto plazo tampoco. A veces pienso así, otras veces considero que la vida sería mucho más fácil, más cómoda, más standard si lo hiciera.
Un piso para mí sola, comidas con mi familia, tiempo (porque el tiempo aquí pasa mucho más despacio, el tic tac de reloj parece moverse más lento).
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En verano regreso al pasado. Los reencuentros y el buen tiempo me invitan a pensar que no estaría tan mal quedarse. Otra historia es el invierno. Pero mi invierno ahora se pasa con gente y lugares random, música e idiomas nuevos. Saliendo al tejado a ver las casas de colores y las estrellas con una manta, yendo a la cinemateca a ver una película antigua, paseando con el plumífero a orillas del Tajo, comiendo al calor de una tasca, intercambiando anécdotas y altercados que van más allá del chismorreo del pueblo, aunque el chismorreo del pueblo también a veces me gusta. Paso el invierno escribiendo en cafeterías preciosas, y lo más importante: teniendo ganas de escribir tras estar en esas cafeterías preciosas. Sabiendo que, si parece que estoy perdiendo el tiempo, lo único que estoy perdiendo es la rutina. O quizá estoy construyendo una nueva. Una que vaya precisamente sobre eso: ir de aquí para allá, sentirse en un sueño siempre. En que nada sea lo que este verano todos me han repetido que debería ser lo normal, y al mismo tiempo que empiece a acostumbrarme a que para mí, sí, esa sea la normalidad.
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El verano pasado a estas alturas estaba en otra onda. No sabía a dónde me iba todavía. Pronto decidí que a Grecia. Antes de tomar la decisión estuve rota durante meses. Sentía el corazón muy pequeño y bombear poca sangre. Solo un pensamiento me rumiaba, una y otra vez; mañana y mediodía y noche. Otra vez aquí, otra vez sentirme así, otra vez hecha polvo. Volé a Atenas de pura casualidad, y de un día para otro el malestar se esfumó. Dicen que huir nunca es la salida, yo creo que siempre lo es. No hace falta pisar la arena si te cuesta caminar, no es necesario estar al sol pudiendo escoger la sombra.
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Cuando estaba en la Universidad me encontré con el blog de Escandar Algeet. Lo leía cada día, me apuntaba frases en una libreta, sentía sus palabras bien adentro clavando las garras. En esta vuelta a mi habitación he vuelto a leer algunos textos de los libros suyos de mi estantería. Dos veces en el mismo día abrí Y toda esa mierda al azar y apareció el mismo poema, Pequeñas poesías sin importancia.
“A veces como que solo necesitas que alguien te diga/ que no lo estás haciendo tan mal. / Y con eso pues ya tiras”.
En otras de sus páginas:
-“Arreglar el mundo cuando eres tú el que está estropeado es algo innegablemente estúpido. Una rubia me dijo: buscas a alguien que no eres tú, y te equivocas”.
-“Imposible ser feliz y reducir tu vida a nuncas y parasiempres / como imposible esta carga / que tendrás que llevar / si rechazas/ lo que no viviste”.
-“Yo amé, con perdón. / Amé por encima de todas las cosas, que es, / permítanme que les diga/ de la única forma en la que se puede amar”.
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Empiezo a plantearme un poco hablar de libros por aquí.
Combinar esto, con lo otro, y aquello. Qué sé yo. Sigo pensando.
Sq Pontevedra es jubilación total en el mejor y peor sentido